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sábado, 4 de mayo de 2019

Verano azul


   La señora Carmen abre la ventana y el lienzo se rebela: en primer plano, los guijarros, caídos como una tromba de granizo contra el cristal, esparcidos por el suelo. En segundo plano, unos muchachos a la carrera borrados por la estela de polvo. Al fondo la montaña, dispuesta a ahogar en su garganta hasta el último rayo de sol.
   Es un alivio comprobar que no se ha roto nada.  De vuelta a la cocina, agarra la botella de brandy con forma de mujer y da un trago. La botella tiene vestido de volantes, de fondo rojo con topos negros. Un campo de mariquitas. La mujer de cristal guarda un mar dorado y tambaleante en su interior. Otro trago. Carmen concentra la mirada en el vaivén del alcohol y cae medio mareada al suelo. Su cuerpo serpentea hasta alcanzar la puerta e intenta ponerse en pie. Se calza unos zapatos y sale de la casa. Los brazos en cruz le ayudan a mantener el equilibrio. Se recompone y alza la cabeza. No quedan muchos metros hasta la taberna. Los muchachos ya no volverán. Son jóvenes e inconscientes. Como lo fue el suyo. Pero esta vez no han roto el cristal, no han gritado. Ni siquiera han insultado. El juego cesará pronto. A finales de agosto.
 La taberna, se le acerca como barco a puerto. En el umbral, Benita la mira con preocupación. La toma del brazo y la mete dentro.
  Cada vez estás más flaca, Carmen. Entra y come algo. Tengo boquerones. Ya los he visto pasar como una exhalación, menudos cabrones. No son más que una panda de cobardes. Y mira que le tengo dicho a Conchi que su hijo es el peor, que chincha a los demás y luego es el primero en desaparecer. Ni caso, que son cosas de chiquillos. Valiente sinvergüenza.

 Carmen, que espanta la conversación con la mano, se sienta a la mesa e intenta tragar un boquerón. Reprime una arcada perfumada de alcohol. Tiene que dejar de beber, se dice, y al minuto pide un brandy. Ni hablar, lo siento. Ya tienes bastante metido en el cuerpo. Come algo, aunque sea un trozo de pan, anda. Asienta algo sólido en ese estómago o caerás redonda, por Dios.

  La mujer suplica clemencia por parte de Benita, coge un mendrugo  y se lo mete en la boca. He oído a los muchachos que han vuelto a reponer “Verano azul” ¿es verdad, Beni? Si, ya te lo pongo. Pero si me comes el pan con una taza de café con leche ¿qué me dices? Vale, ponme ese café.

 Beni toma el mando y cambia de canal. Los viejos que juegan al dominó aplauden la decisión, todos excepto dos forofos del Athetic  que protestan, pero nadie les hace caso. Verano azul se rodó aquí ¿no sabían?  Hasta hace poco tuvimos el barco de Chanquete en la rotonda. Fueron buenos tiempos para el pueblo. Y para Carmen ¿verdad? El viejo calla tras el codazo que le asesta su compañero. Sin embargo, ella no se ha enterado;  tiene la vista fija en la pantalla.  Mira, Beni que guapo mi Pancho. Era el más guapo. Y el más noble, Carmen. Eso lo sabemos todos.

 Benita se sienta y escucha a su amiga. ¿Sabes, Beni? Tengo una botella preciosa de una mujer con faralaes. Me la regaló Panchito.

  La tabernera lava el rastro de lágrimas de la borracha y deja caer las suyas. Y cuando termina el capítulo, tararean la canción que todos conocemos como un himno, la que silbamos con la cara al viento, iluminada por el sol que muere a la tarde. Montados en las bicicletas, dejando atrás la vida en la playa.

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