Así que de la noche a la mañana y
teniendo en cuenta el cambio de francos suizos a euros, Margarita gozaba de un
nuevo estatus. Y se puso a hacer lo que siempre había querido.
Le estuvo dando vueltas a la póliza del seguro.
Buscó un local para invertir en una entreplanta del centro, bastante arreglado
de precio y sin necesidad de reforma. Pensó en comprar un turbante plateado,
una mesa camilla y una bola. Pero aquello le resultaba trasnochado. Quería dar
un aire más profesional al arte de la adivinación. Así que una mesa tipo despacho,
unos pañuelos de papel a disposición del cliente y una agenda bonita, le
parecieron más adecuados.
Los comienzos, más en una novata, no
fueron fáciles. Publicó un anuncio en los clasificados del periódico. Surgió
efecto al cabo de pocos meses.
A pesar de su evidente normalidad,
tenía el don de fijarse en los detalles. Esos que -ahora más que nunca- pasan
desapercibidos. Ella, además de reírse para sus adentros, nunca usa el móvil en
el autobús. Le resulta más interesante ojear los chateos de sus compañeros de
asiento y colar entre sus bolsillos, una tarjeta de visita. Pican más de lo
que se podría pensar. Con las personas mayores es más fácil, siempre están
dispuestos a conversar y contarte sus problemas. Antes de que se alarguen le ofrece la tarjeta con el nombre de “Margot,
vidente” en grandes caracteres.
No obstante, todos los negocios tienen
sus dificultades: hay que pagar el alquiler, la licencia de actividad en el
Ayuntamiento y por supuesto, el seguro de autónomos. Los meses buenos, se
premiaba con algún trapito. Siempre fue un poquillo manirrota. En los meses
flojos, cuando el dinero no le llegaba hasta recibir los dividendos de sus
hijos, recurría a las herencias.
Ahora disfruta con las miradas de
curiosidad, los cuchicheos de las vecinas a su paso, o la cara de sorpresa de
la cajera cuando disimula enrojecer o estar apurada por no poder pagar la
cuenta.
Se siente fuera de toda mediocridad, encantada
con su vida secreta. Deja de ser la
sombra apagada de una viuda que honra la memoria de su marido. La vida discurre
agradable, como el trayecto diario que la lleva a su trabajo. Está orgullosa,
sobre todo al ver cómo con el tiempo va afinando su don. Sabe que muchos
colegas -de esos que salen en la tele- carecen del sentido ético que debería haber
en esta profesión. Y se aprovechan de la debilidad anímica de las personas para
generar falsas expectativas. Ella no es así. Ha comprobado que los gestos, la
fisonomía de las manos y las miradas huidizas son auténticas pistas de
información. Al igual que las preguntas que le hacen. Observa cómo se les va la
vida esperando respuestas. Su función principal es la de escuchar. E interviene
solo en momentos determinados. Ser dulce, comprensiva y apuntar, aunque sea
cualquier tontería. Los pacientes –como a ella le gusta llamarlos- se sienten
atendidos. Y como Margot, escapan por unos
momentos de su invisibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario