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domingo, 20 de marzo de 2011

Estudiando miradas: El hombre asimétrico

El hombre asimétrico tiene una doble mirada a descifrar a cada lado de su rostro. La mitad izquierda que mira descaradamente al frente muestra un ojo inquieto e interesado por todo lo que le rodea. Es su lado crítico, introspectivo, analítico y depredador. El que atrapa los momentos, los disecciona y estudia para pasarlos al ingente archivo de su prodigiosa memoria. A veces puede llegar a ser incluso fisgón, pero su condición de persona educada hará que al menor atisbo, disimule de manera que solo otra mirada de semejante naturaleza pueda darse cuenta. Se dijera que mientras te mira indaga en tu pasado para aventurar tu futuro. Es esa mirada que a veces se levantará por encima del hombro según el interlocutor, es la mirada orgullosa del bien nacido y por supuesto, cultivado. Es también la del quisquilloso en lo cotidiano, con la intendencia siempre organizada, pero no por él. Es la del ojo que mirando yo también un poco más allá –jugando a su juego- muestra el hombre que fue: la del niño alegre que sabe y quiere saber más, la del optimista nato.
Me lo imagino como contrapunto entre el resto de sus hermanos, porque tiene hermanos o los tuvo, quizás más serios y comedidos, más formales, pero no parece la suya una mirada de primogénito.
La mitad derecha, por el contrario, es el mostrador de un ojo agotado con el párpado ligeramente caído que ya vio, ya analizó, ya elaboró sus conclusiones y ahora vende cansancio y decepción. Es el hoy, el ahora y lo que vendrá. También muestra una enorme capacidad de trabajo y disciplina. Desvela pues, que su inteligencia se ha alimentado a base de esfuerzo, que no creció estéril aquella mirada de juventud.
No veo en su rostro el menor asomo de cinismo, sino más bien la madurez del prudente, que siendo antes más espontáneo, ha decidido ahora juzgar interiormente y evita manifestar sus opiniones. Eso ya lo hizo en el lado izquierdo, en su derecho mejor dicho. Ese ojo suyo de su izquierda, (de mi derecha) tiene largo recorrido y habla también de las renuncias que suceden a la decepción. Es el ojo que ya no se fía, el del ya no más fraternidades o amores. Con admirable sentido de la congruencia, ese lado más sabio o escarmentado ha comprendido la propia identidad de la persona a la que pertenece, quién realmente es o se cree. Y a diferencia de otros, ha decidido ser generoso, por eso ya no engaña ni se engaña. Por encima de la comodidad y el egoísmo de la compañía ha optado por la soledad. Anteriores experiencias le enseñaron que la persona con un objeto intelectual no debe tener ataduras, porque la materia de su interés es tremendamente celosa y absorbente. Tampoco debe tener hijos, porque esa materia es en sí un hijo egocéntrico que no crece y requiere constantes atenciones. Ese hombre asimétrico que no se esconde - su mirada es tan desgarradoramente desnuda- despertará en tí sentimientos de compasión, admiración o ternura. Con el tiempo incluso un incontrolado impulso de amor. Intentarás acercarte más, con estúpida intención redentora. Y en esto radica precisamente la miopía de tu enfoque, porque el hombre asimétrico te lo ha dicho todo –que no quiere nada- y a tí no te lo parece.

jueves, 17 de marzo de 2011

Alunece

Nocturno espectral,
se levanta la espada
de color plata.

martes, 15 de marzo de 2011

Electro 2 .0

 Al despuntar el día abrió la ventana. No había mensajes. Bajó a la cocina y desayunó con el cartón de leche en la mano. Subió de nuevo. Ahora sí, recibió la noticia. Su compañía suministradora le premiaba con 12000 kilovatios extra. A pesar de la escasez, podría navegar un poquito más. Ojeó el periódico, las energéticas aumentaban sus beneficios pero aconsejaban un uso racional de los recursos. En una esquina se daba cuenta de la subida de la temperatura global y las consecuencias para los cultivos en países poco desarrollados. Un pantallazo le avisó de un nuevo correo. Al llegar la noche, encendió la luz de bajo consumo.

domingo, 6 de marzo de 2011

La sustituta

    Me llamo Patricia Hidalgo y soy la  secretaria del consejero D. Ramón Fernández, principal accionista de nuestra empresa, Fernández y Asociados. En principio mi  trabajo que no se distinguiría del de cualquier otra secretaria de dirección,  salvo por el hecho de que siempre estoy presente en las reuniones que atañen a la contratación de personal cualificado. La mayoría creen que mi fama de disciplinada,  capaz,  trabajadora y rigurosa, han hecho que D. Ramón me tenga en tan alta estima, que no permite ninguna contratación importante que no pase por el tamiz de mi juicioso criterio. Esto tiene algo de verdad, es cierto que D. Ramón tiene muy en cuenta mis opiniones,  pero no es por otra cosa que por un extraño talento que tengo para ver en los otros su talón de Aquiles. D. Ramón,  que como buen empresario tiene un instinto depredador, ya se fijó aquella vez que imprudentemente comenté que el nuevo gerente, no duraría un invierno:  a pesar de su brillante currículum era una  persona tremendamente indecisa.
Todos se rieron menos D. Ramón que me observó con curiosidad. El sabía que solo me había cruzado con él en el pasillo (pero una mirada, un gesto descuidado, son suficientes). Pocos recordaron el comentario cuando el gerente fue despedido y nadie relacionó el ascenso con aquella anécdota. Malas lenguas hablaron de mi frialdad y escasa empatía con algunos compañeros pero nada de eso ha empañado mi estrella. A día de hoy he resultado ser una empleada infalible; cuando realizamos la entrevista final, aparezco en escena, sentada junto al jefe con las manos sobre las rodillas y un bloc. Parece que no miro, que estoy ausente, que tomo notas sobre otros asuntos más importantes que esa entrevista, pero cuando cruzo los brazos sobre el pecho, la entrevista ha terminado y yo ya he descubierto su debilidad.  Es entonces cuando el director, a solas, me pregunta:
-         Bueno, Patricia, ¿qué tenemos?
A lo que yo respondo:
-         Una persona cargada de deudas, Sr. Fernández.
-         Lo cual supone una dedicación sumisa ¿me equivoco? – mi jefe aprende rápido-.
-         No se equivoca,  señor –respondo-
-         De acuerdo, que  lo contraten.
Esta mañana, sin embargo, me encuentro especialmente nerviosa.  La joven Regina Conde espera su oportunidad. Ya he cruzado los brazos, ya me ha visto y ya hemos descubierto nuestra idéntica naturaleza.

Aquella foto



  Mira lo que he encontrado haciendo limpieza. Eran las fiestas del Carmen, tendrías unos 8 o 9 años. Estuvimos paseando entre polvo y bullicio por las atracciones de feria. Os subí en el tío-vivo y poco después tu hermano y tú os empeñasteis en montaros en aquellos caballitos de cartón-piedra cubiertos de piel de potro para sacaros esta foto. Bueno, os sacaron una a cada uno pero la de Toñete se perdió. A él le pusieron un sombrero cordobés y lo montaron en el caballito pinto, que era el que tú preferías. Llevaba un pantalón muy corto, a la moda, con un camisero a rayas. Lo retrataron mirando a la cámara con el semblante muy serio, (algo raro en él, por eso lo recuerdo tan bien) y con el cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás. A tí te montaron en ese otro de pelaje castaño que eleva ligeramente una de sus patas del suelo, como si estuviera dispuesto a galopar. Llevas el vestido que te hice aquel verano: era de una  loneta blanca salpicada de motivos marineros en azul y rojo. Al cortar la tela me equivoqué de manera que barquitos y anclas se mostraban hacia arriba, como estrambóticos paraguas. Te me habías enfadado muchísimo pero en aquel tiempo por pequeño que fuera el trozo de tela no iba a desperdiciarlo, así que logré convencerte de que apenas se notaba.
   En la foto apareces sonriente, ajena al objetivo y con el rostro medio oculto entre mechones que alguna brisa te desato de la coleta. Llevas las riendas entre las manos sin mucha convicción. Detrás de ti hay mucha gente mirando y en primera fila un niño entre sus dos hermanos (todos visten igual) a los que aparta extendiendo los brazos, te  mira embelesado. Tal vez envidiaba el caballito en el que estabas montada.
 ¡ Anda, no me digas que no recuerdas esta foto!
  Pero yo no veo ni fiestas del Carmen, ni niña ausente, ni niño embelesado, ni caballito de cartón, ni vestidito con barcos que son paraguas. Yo me estremezco cuando veo aquel rostro de mirada oblicua  que se vuelve hacía mí. Está colocado en un segundo plano, en el extremo izquierdo de la fotografía y entonces ya recuerdo todo: Mi madre yendo a por mi hermano para bajarlo del caballo. Yo de pie, esperando. El hombre que se acerca sigiloso y me agarra fuerte del brazo. Yo mirándole y él llevándose un dedo a los labios para que calle. Yo volviéndome hacia mi madre con mi hermanito de espaldas y él arrastrándome. Y queriendo gritar y no pudiendo y ya al final gritando: ¡Mamá, mamá!,  porque no te veía y el soltándome de golpe y huyendo despavorido.
  Y tú mamá, corriendo hacia mí y regañándome porque me alejé y diciéndome que si te pierdes algún día podría llevarte un hombre como el del saco  y  que sea la última vez que te alejas tanto de nuestro lado.

En el Museo

-¡Acelera!, hemos quedado a las 8.30 en el museo. ¡Espabila o nos quedamos sin visita guiada!
Así eran las vacaciones con Berta: de mañana, la ruta cultural y al atardecer, si no había que contemplar una magnífica puesta de sol en algún acantilado de difícil acceso, había que saborear el ambiente de un trasnochado café de muy renombrada solera. Estaba harto, así que hoy jugaríamos al escondite: comenzada la visita, ví abierto uno de los sarcófagos y no me lo pensé dos veces. Después, algún empleado hizo el resto. Y aquí estoy esperando hasta mañana. Por cierto, ¿hoy es domingo?