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viernes, 30 de noviembre de 2018

Las manos

Y súbitamente, todo empezó a aclarársele frente al espejo. No sólo eran los mechones blancos. También sus ojos negros se habían vuelto grises. Una brisa fría se coló por la ventana. Al ir a cerrarla, la piel de los brazos, antes oscura, mostraba ahora un aspecto pálido que dejaba ver el perfil sinuoso y azulado de las venas. Recorrió la casa en busca de respuestas. Nada.  Volvió la vista hacia el reloj de la pared y recordó que debía ir a trabajar. Salió a la calle, cada paso le volvía más ligero, como si flotara. Levantó las solapas del abrigo. Hacía viento. La palidez de las manos era ya pura transparencia. Su cabeza divagaba, perdida en nebulosas que no le permitían pensar. Tras varios callejones sin salida, localizó la oficina.  Asintió al saludo de rostros familiares y bocas de asombro. No le dio importancia. Solo quería alcanzar su despacho para tomarse una aspirina. Pasó la mañana delante del ordenador, atento al vaivén de listados infinitos. Persistía la niebla mental. Aunque lo realmente molesto eran las voces cuchicheando tras el cristal. Le irritaban. Se levantó furioso y al apoyar las manos sobre la mesa, vio que habían desaparecido.