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viernes, 31 de enero de 2020

Xenotransplante*


"Yo juego con las fantasías de la gente. La gente quiere creer que algo es lo más grande, lo mejor y lo más espectacular. Yo lo llamo hipérbole veraz. Es una forma de exageración inocente y una forma de promoción muy eficaz"
Donald J. Trump

Juan no es ajeno al estado ausente que me invade desde la operación de trasplante coronario que me salvó la vida.  Intento disimular la extrañeza y la melancolía, pero él me conoce bien. Sabe que algo pasa. Es verdad, son algo más que efectos colaterales del postoperatorio. A Juan no se le escapa la nausea contenida al entrar en la carnicería, el olisquear continuo en cuanto salgo a la calle. Mi aversión a todo lo civilizado.
Y eso que desconoce  este sueño recurrente: envuelta a placer en el lecho hediondo de una cuadra oscura y cálida. Luego despierta el juez interior y me empapo de un sudor frío, culpable.

La pesadilla se repite a diario, me desequilibra e inquieta. Juan lo nota y se preocupa, intenta hacerme la vida más amable: elabora planes para el fin de semana, procura, en definitiva, agitar este espíritu pasivo. Su carácter tenaz, a veces me incomoda.

Este fin de semana, sin embargo, nos escapamos al campo. Hicimos una parada en la carretera y nada más bajar del coche, comencé a percibir sensaciones adormecidas en mi inconsciente: la brisa fresca de la dehesa traía olores intensos a tomillo y romero. Los ojos se cerraban, la dirección de mis pasos era orquestada por la batuta orientadora de mi nariz. Me puse a cuatro patas, la cabeza pegada al suelo, olisqueando como un animal. La transformación no estuvo exenta de dolor pasajero. Bajo una encina divisé a mis congéneres: una piara negra se arrebolaba en torno a su tronco, y oteado el horizonte, pude ver cientos de piaras como hordas que descendían por las colinas, de tal modo que el propio montículo pareciera haber cobrado vida. La mancha era negra, inabarcable y subyugante. 

Un poco avergonzada, imaginaba la cara de Juan al meneo de mis caderas, su decepción. Sentí el brotar de un apéndice en la parte baja de la columna. Me reí. El apuro inicial cedió a la despreocupación por lo que pensara el que ya era mi pretérito amado y continué. Sabía que me esperaban. 

Una nebulosa de apariencia  frágil colonizó mi cerebro y el tedioso ejercicio de pensar, que lleva a la preocupación, se me antojó algo accesorio. Podía vivir sin ello.  Era fácil sentir, trotar, gruñir. Requería poco esfuerzo. Poseída por aquel sentimiento atávico, todo lo que hasta entonces conformaba mi modo de vida -ordenado y templado- me resultaba superfluo, banal. Tan solo necesitaba formar parte de aquellos ahora tan parecidos a mí. Ya no era yo, éramos nosotros.

Esa revelación hizo palpitar de modo salvaje el implante que ahora dominaba la naturaleza racional y humana del cuerpo que lo habitaba. La piara se extendía como un hongo atómico. Reconfortada por el calor de saberme miembro de la misma tribu, insalivaba a la vista de la bellota entreverada, jugosa, que se me ofrecía y que trituraba mansamente.

 Uno de ellos, el portador de nuestros sueños, se puso al frente y nos orientó hacia Juan. Arropada por las orejas que ocultaban mis ojillos, no miré cuando cayó aplastado y pisoteado por la masa. El olor de la sangre nos hacía sentir victoriosos y avanzábamos sin temor. No éramos arrogantes instruidos, acostumbrados a dudar. Nos movía una pasión emocionante. Exigíamos respeto y tolerancia. Eramos algo grande, fuerte, voraz.

*xenotrasplante (del griego ξένος xenos: 'extranjero'), heterotrasplante o trasplante heterólogo, es el trasplante de células, tejidos u órganos de una especie a otra, idealmente entre especies próximas para evitar rechazo, como de cerdos a humanos.

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