Edgar Humbert, negrura de mis entrañas, carcelero de mi vida . Maldigo el día que entraste en la casa, mi mirada tras las gafas y aquella curiosidad. Yo para ti, Annabel reencarnada; tú para mí, el principio del viaje de los adultos. Te espiaba en el despacho, imitaba tu aire europeo, decadente. Mi madre, ilusionada con tu coqueteo aborrecible y mortal, no pudo ver la intención. La boda de cartón, apresurada, el principio del ardid. Su trágica muerte -segundo paso- me convierte en huérfana a tu merced. Qué satisfacción sentirías al tener el camino despejado, en vía libre. Cómo olvidar tu llegada al campamento, disfrazado de solícito protector en busca de su trofeo. Desamparo. Abuso revestido de adoración en " El Cazador Encantado"; primera parada de un viaje errático de motel en motel, huyendo de tu delito, de las miradas que interrogaban. Pagabas la culpa, la posesión dolorosa con regalos absurdos y lloros poscoitales. Cuánto deseo de burdel adornado de altar, sacrificio y rendición. Cuánta palabrería de diosa para tu prostituta infantil. Después la huida, a merced de otro matarife peor incluso que tú. En qué sucio giñapo me has convertido, Edgar Humbert, verdugo de mi sexo, de mi alma y mi destino.
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