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sábado, 23 de marzo de 2019

Jean Renoir


 Llegué sobre las doce del mediodía a las inmediaciones del lago. La brisa, leve, otorgaba a la superficie un movimiento ondulante y periódico. Era un día primaveral, de esos que por sorpresa aparecen a mediados de marzo. De haber sido sábado, el lugar hubiera estado abarrotado de familias.
 Me puse la mano a modo de visera para avistar la cabaña en la que se alojaba Marie con su hijo. Estaba de suerte: el pequeño estaba sentado fuera y sus brazos apenas alcanzaban las piezas del Lego desparramadas sobre la mesa.

 Estampas de niñez que se replican en el tiempo, pensé.

 Me mantuve a distancia. Era arriesgado. Con toda probabilidad, ella estaría dentro. Pero su coche no estaba aparcado. Y Marie nunca dejaría solo a su hijito. Saqué los prismáticos de la guantera para observar mejor la cabaña. ¡Vaya! Por lo visto,  a mamá no le iba tan mal: le daba para contratar una niñera, bastante glotona, distraída y muy pendiente de las redes sociales. Desde mi improvisado observatorio podía distinguir su silueta tumbada en una habitación del piso superior con los auriculares puestos mientras tecleaba frenética en su móvil.  De vez en cuando, acercaba su mano a la mesilla para coger la tarrina de helado. No tenía intención de compartirlo con el pequeño.

El día iba a resultar de lo más prometedor.

 Imaginé la manera de acercarme. Cruzaría en coche por el puente. Lo aparcaría en un lugar discreto y después, ¿Ayudarle con el Lego? Seguro. Siempre inspira confianza alguien que se presta a ayudar. El niño de Marie, acostumbrado a la blandura materna, agradecerá la robusta compañía de una figura masculina. Tendría que buscarme un nombre. Tal vez, Jean Renoir. Sí. Me aguanté la risa mientras encendía el motor.
 El coche cruzó el puente con suavidad. Muy cerca, un sendero cuidado con primor conducía hacia la cabaña.
 Los pasos se acomodan a la gravilla, las orillas están salpicadas de parterres con flores multicolor. Marie cuida los detalles, quiere un hogar para su hijo. Conforme me acerco, distingo el perfil infantil que, ahora arrodillado sobre la silla, puede alcanzar todas las piezas. Está concentrado, intentando colocar una pieza negra que no encaja bien. Por puro instinto, acaricio la pistola que guardo en el bolsillo y emito un leve silbido, para que la criatura no se sorprenda cuando aparezca. Enseguida veo su cabecita ladeada hacia el sendero. Sonrío y él sonríe también. Es un buen crío.
—¡Vaya, cuántas piezas tienes! ¿Qué vas a montar? —me presento.
—¡Un avión! Esta es la cabina — señala la pieza negra.
El niño, bastante habilidoso, ha conseguido con cinco piezas, unas alas y un fuselaje convincentes.
—¡Está muy bien! Uhmm, ¿Cómo te llamas? Habrá que saber el nombre del piloto.
—¡Sííí! ¡Soy el piloto Pierre y conduzco este avión! —palmotea el pequeño.
Así que Pierre. Compruebo que a Marie no le agradó mi sugerencia. Era de esperar.
—Mucho gusto, Pierre.  Me llamo Jean Renoir, ¿puedo jugar contigo? —acerco mi mano en señal de saludo, el niño me ofrece la suya con gesto serio, de adulto y la agita con fuerza.
—¡Vale! —el pequeño Pierre abre los ojos encantado. Es posible que pase mucho tiempo solo.
—Sí, pero me ha dicho mamá que te acerque al trabajo. Tenemos una sorpresa para ti. Así que, ¿me acompañas? –debo actuar rápido. La golfa de arriba puede bajar en cualquier momento.
—¿Te envía mamá? Me dijo que iríamos a casa del abuelo hoy.
—¡Claro!, pero mamá no puede venir. Soy un amigo del trabajo, he podido salir antes y voy a llevarte con tu madre. Luego iréis dónde el abuelo. Buen plan, ¿eh?
— Pero tengo que avisar a Cecile.
—No hace falta, Pierre. Ya está avisada. Mamá la llamó al móvil. —Le cojo de la manita.
 El niño se deja llevar con mansedumbre. Como ya he dicho, es un buen chico. Casi me apena que sea tan dócil, tan puro. Y que esa idiota siga en el cuarto de arriba, sin dar señales. A Marie, debería preocuparle. Pero mejor no. Estará nerviosa los próximos días.

3 comentarios:

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  2. Nerviosa al conocer que su hijo ha ganado el concurso de piloto infantil promovido por Boeign, con un premio de 1 millón de dólares y viaje por Estados Unidos con todos los gastos pagados para ella y su hijo... de la mano del auténtico Jean Reno.

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