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domingo, 17 de febrero de 2019

Venus



 La señorita Edelweis, que ha cambiado su uniforme de ciudadana del nivel 3, por unos estrafalarios zapatos con tacón finísimo y una inverosímil falda con forma cilíndrica, se dirige a la sala de gestación para ver las evoluciones de su primer feto. Le acompaña su compañero, el ciudadano Odys nivel 8, perfectamente uniformado pero con signos de fatiga y preocupación en el rostro.
 La conversación, que activaron en modo privado pero hemos podido desencriptar, transcurrió como sigue frente a la cápsula del gestante.


—Tengo los documentos sobre antiguas formas de reproducción humana, Odys.
—Sabes que estás infringiendo la Ley de Asepsia, por no hablar de la intromisión en el departamento de Asuntos del Olvido, Edel. Nos arriesgamos mucho y ahora no es como antes. Está el bebé. Además, esa ropa ¿De dónde la has sacado?
—Encontré imágenes de ciudadanas vestidas así. De la época previa a la Gran Desolación. Y con una impresora a mano, listo.
—Quién se acuerda ya de aquellas ocho bombas nucleares, Edel. Como te gusta hurgar en el pasado ¿no te ha dado por revisar el archivo fotográfico de anomalías humanas? Dicen que hay millones. Un horror.
—No, aquello debió ser terrible. Pero lo anterior. Eso que no nos dejan ver los de Asuntos del Olvido. No parece tan malo, Odys. En las fotos parecen felices, las ropas son bonitas. Y son todos parecidos. Simétricos.
—Nadie es así ahora, cada vez hay más asimétricos, Edel. No compliques las cosas o nos dejarán sin niño.
—Bueno, niño, no sé qué decir. Míralo, todavía está en la fase cigoto. Amplía un poco más la imagen. Parece cómoda la cápsula que le ha tocado, ¿no?
— Sí, era la más adecuada para las aplicaciones que le vamos a descargar. ¿Prefieres que tenga dos o tres brazos multifunción?
—Dos, Odys, es más simétrico, más bello e igual de práctico. Como nosotros
—Pues fíjate en el de nuestros vecinos. Le han puesto tres. ¿has pensado en lo de los ojos? Creo que facetados, mucho mejor.
—De acuerdo, los eliges tú. Aunque antes estas elecciones eran más sencillas
—No seas ingenua, Edel. Diseñar un niño no es nada sencillo.
—¿Sabías que antes de la Desolación, los del nivel 1 se reproducían por fetos criados en sus barrigas y sin ningún tipo de diseño previo? ¡Increíble!
—Ya estás, con tus tonterías. ¿De dónde has sacado tal cosa?  Eso es imposible, salvaje y contra natura. Por no decir que, personalmente, me parece asqueroso.
—Imposible, no. Lo dicen los documentos, y también hablan del sexo.
—¿Ah, sí? Interesante. Cuéntame.
—Verás, era bastante primario. A base de fricciones rítmicas, caricias. No sé, cosas así.  Me hace gracia pensar en nuestros estirados del nivel 1 haciendo esos ejercicios. Tengo fotos.  ¿Las quieres ver?
—¿Las has descargado? No tienes arreglo, Edel.
—Fíjate, no utilizaban casco ni vibraciones, se les quedaba una cara como de éxtasis. Los cuerpos no tienen película protectora y eso que se tumbaban juntos y muy pegados. No hay camas separadas ni ondas expansivas de placer. ¿Tú crees que podríamos hacer algo parecido? O al menos probarlo, Odys.
—No sé. Da un poco de miedo ¿no? Así, sin nada ¡Y esas caras! Parece como si sufrieran. ¿Tú estás segura de que eso es un acto reproductivo? A lo mejor solo es apto para los del nivel 1. Y nosotros no somos como ellos, Edel.
—O eso es lo que nos han hecho creer. Salvo el nivel, yo no veo muchas diferencias. ¿De veras que no te pica un poco la curiosidad?
—Mentiría si te dijera que no. Pero tengo mis reservas, Edel. Es un acto fuera de ley. Pueden crionizarnos. O negarnos la cesión del bebé.
—¡No la necesitaríamos, cariño! Imagínate que me creciese uno aquí dentro.
-—¡Ja, ja, Edel! Eres terrible ¿Estamos en privado, no? Nadie se puede enterar y lo del niño en la tripa, si cielo. ¡Menuda idea! contigo vuelvo a creer en la ciencia ficción.

 En conclusión al informe, y habida cuenta de que la conversación tardó en encriptarse varios días, aconsejamos la detención inmediata de la pareja nivel 8 como medida preventiva, por actos delictivos contrarias a la Ley de Asepsia. Acto seguido, proponemos se lleven a cabo las medidas pertinentes para  comprobar que no se haya iniciado un proceso reproductivo anómalo que pudiera poner en riesgo la seguridad de la nueva especie.
Mil gracias a Luis Arana por su publicación.

martes, 5 de febrero de 2019

Jaque Mate


 Cuando escucho la voz que sale por los altavoces, me bajo; va a ser un día largo. Fijo los ojos en el suelo, abrumado por lo que me espera y, al levantarlos, encuentro su rostro. Inesperado. Reprimo el impulso de acercarme por un hueco en el camino abarrotado de abrigos. Me detengo; total, ¿para qué? Han pasado veinte años. Es curioso verla en el mismo lugar.
El tiempo, entonces, estaba vacío de prisa. No así el deseo, que tiraba de mí para llegar a la estación cuando quedaba con ella. Acuden a la memoria el abrazo, el beso, el cesto de la playa en el andén. Comenzaba el viaje. Sentada junto a ventana, apoyaba su cara en el cristal, con la mirada perdida en el paisaje, al compás del traqueteo del tren. Yo la miraba. Le recogía un mechón y lo apartaba detrás de su oreja. Aguantaba o disimulaba mi deseo. Cuando llegábamos a Sopelana, una riada de gente, cargada con sombrillas, niños y balones de playa, abandonaba el vagón. Nosotros bajábamos en la última parada. El tren se iba vaciando conforme avanzábamos. Nos acercábamos. Las manos, torpes e inexpertas, tropezaban con la cremallera o la hebilla del cinturón. Alguna mirada censora no aprobaba nuestros juegos y ella enrojecía. Nos deteníamos. Llegábamos al final. Nos gustaba el paseo de la ría hasta la playa. Siempre estaba tranquila. Corríamos para alcanzar la orilla y nadar hasta las boyas. Al salir del agua, otra carrera hasta tender, exhaustos, los cuerpos al sol. Después, los bocadillos de tortilla con arena y la partida de ajedrez. Lo traía en un estuche plegable y dentro, entre gomaespuma troquelada, iban colocadas todas las piezas. Aún recuerdo el olor a madera de cedro, cuando lo abría. La radio portátil hacía las veces de reloj. Me dejaba ganar. Nos reíamos a carcajadas. Al atardecer, la puesta de sol, los pies colgados en el rompeolas. Nos hacíamos fotos. Recuerdo el sabor a sal, las promesas y el adiós. Está más bella que antes. Una vez, de regreso a casa, perdimos el tren.

Mi aportación a "Relatos para el andén", iniciativa literaria para conmemorar el 125º aniversario de la llegada del tren a Plentzia