Nanny nos ha dicho que mañana soplará una brisa verde, como de cascada fresca. Que se nos meterá por los pies para hacernos cosquillas rojas y nos dará una risa boba que hará temblar las grietas de estas paredes de mármol. Que subirá por la espalda hasta hincharnos como balones rosas y giraremos como peonzas con los brazos hacia el techo, hasta ponernos azules. Y cuando recordemos lo que era estar sudoroso y cansado, se marchará y nos dejará sin aire como globitos blancos. Entonces, solo entonces, volveremos al silencio. Negro. Como una boca de lobo.
Y se esconden aquí, arrimados a la sombra, emborronando papeles.
Bitácora de Ana M. Blanco
Páginas
martes, 25 de febrero de 2014
sábado, 22 de febrero de 2014
90 Euros
Ayer tenía 90 en la cartera. Y no tomé más que un carajillo cuando fui a echar la partida al hogar del jubilado. Mi hija dice que no, que ahora todo está más caro, que seguro algo compré y ya no me acuerdo. Como que va a dejar que me gaste por ahí 90 euros sin pedirme explicaciones. Mira que me toca los huevos con lo del alzeihmer que ya sé por dónde va. Yo no me entero de nada, tengo lagunas y chocheo, pero esta mañana la muy perra estrenó un par de zapatos nuevos. Y chitón, que por menos me mandan a donde te mandaron a tí y te remataron, Teresa.
jueves, 13 de febrero de 2014
El ciclo natural de las cosas
Había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de
cola semejante al del año pasado. Esta vez, (decidido a no perder la oportunidad) y antes de que la naturaleza se lo arrebatara, lo llevó al cobertizo. Miró sus manos rugosas, endurecidas por el trabajo de labranza. Las comparó con el aspecto sofisticado de las teclas. Trabajo de artesanía fina, pensó.
Detuvo su deseo un instante de vacilación. Metió las manos en los bolsillos pero, éstas, dominadas por la determinación, salieron de su escondrijo, se agitaron en el aire y presionaron las teclas con delicadeza . Un fa sostenido, que desconocía, cubrió el cobertizo.
Animado por el resultado, deslizó la mano desde el tono más agudo al más grave. Construyó una humilde escala. Las notas que brotaron súbitamente, ascendieron, y, empujadas por la brisa, salieron del cobertizo para caer como lluvia sobre el huerto en barbecho.
Satisfecho con la composición, contó su secreto al maestro de escuela, que le ayudó con pentagramas, solfeos y escalas mayores o menores. Aprendió contra reloj los fundamentos de la armonía: intervalos consonantes (suaves y estáticos) e intervalos asonantes (violentos y dinámicos). Paradójicamente, el correcto uso del piano, aceleraba su naturaleza perecedera: comprobó día a día su inexorable degradación, agotado por el riego continuo de corcheas, negras, blancas, fusas y semifusas.
La última partitura, tocada a un solo dedo, fue una experiencia amarga. Después el silencio.
Tardó en recoger lo que quedaba del piano. Preso de nostalgia, enterró los restos. Se consoló contemplando los resultados de la cosecha: frutales con las ramas inclinadas hacia el suelo, a rebosar de romanzas, fugas, preludios, fughettas y alegres tarantelas. Y deseó no haber alterado el ciclo natural de las cosas.
Detuvo su deseo un instante de vacilación. Metió las manos en los bolsillos pero, éstas, dominadas por la determinación, salieron de su escondrijo, se agitaron en el aire y presionaron las teclas con delicadeza . Un fa sostenido, que desconocía, cubrió el cobertizo.
Animado por el resultado, deslizó la mano desde el tono más agudo al más grave. Construyó una humilde escala. Las notas que brotaron súbitamente, ascendieron, y, empujadas por la brisa, salieron del cobertizo para caer como lluvia sobre el huerto en barbecho.
Satisfecho con la composición, contó su secreto al maestro de escuela, que le ayudó con pentagramas, solfeos y escalas mayores o menores. Aprendió contra reloj los fundamentos de la armonía: intervalos consonantes (suaves y estáticos) e intervalos asonantes (violentos y dinámicos). Paradójicamente, el correcto uso del piano, aceleraba su naturaleza perecedera: comprobó día a día su inexorable degradación, agotado por el riego continuo de corcheas, negras, blancas, fusas y semifusas.
La última partitura, tocada a un solo dedo, fue una experiencia amarga. Después el silencio.
Tardó en recoger lo que quedaba del piano. Preso de nostalgia, enterró los restos. Se consoló contemplando los resultados de la cosecha: frutales con las ramas inclinadas hacia el suelo, a rebosar de romanzas, fugas, preludios, fughettas y alegres tarantelas. Y deseó no haber alterado el ciclo natural de las cosas.
domingo, 9 de febrero de 2014
Perjurio
Otro micro a partir de los viernes creativos de Fernando
Fue desde aquella siesta tonta de domingo. Debiste penetrar por el oído, sí. Sentí una punzada. Leve. Después, el hormigueo que me rondaba por la nuca y subía hasta la coronilla. A continuación los mareos, la ceguera. Siseos impertinentes que distraían mi concentración. Coros de voces retorciendo mi voluntad. Fiebres, temblores, rencor. Locura, determinación, cadáveres, muerte. Años de zozobra. Remordimiento, resignación, alivio. Viejos amigos.
Pero hoy, en cuanto ha sonado el timbre y he abierto la puerta, has olvidado las charlas, los monólogos, el compadreo. Has hecho mutis por el foro. Te ha entrado el canguelo a ti, rey de la arenga. Y creo que incluso has sonreído mientras nos colocaban las esposas.
Fue desde aquella siesta tonta de domingo. Debiste penetrar por el oído, sí. Sentí una punzada. Leve. Después, el hormigueo que me rondaba por la nuca y subía hasta la coronilla. A continuación los mareos, la ceguera. Siseos impertinentes que distraían mi concentración. Coros de voces retorciendo mi voluntad. Fiebres, temblores, rencor. Locura, determinación, cadáveres, muerte. Años de zozobra. Remordimiento, resignación, alivio. Viejos amigos.
Pero hoy, en cuanto ha sonado el timbre y he abierto la puerta, has olvidado las charlas, los monólogos, el compadreo. Has hecho mutis por el foro. Te ha entrado el canguelo a ti, rey de la arenga. Y creo que incluso has sonreído mientras nos colocaban las esposas.
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