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jueves, 28 de febrero de 2013

Hotel Ofir

  Dormimos bajo el vaivén del mar revuelto de Fao. Para la inauguración del hotel pasamos la noche en la habitación 33, la más acogedora. Al dia siguiente  gran parte de las personalidades de Esposende, aparcaron sus beetles negros junto al restaurante, de cara al mar. Alfredo se unió a ellos para enseñarles las instalaciones y me dejó con las mujeres.
 Luisa se fue a corretear por la playa con los demás niños.
-¡Voy a ver los caballos de Fao, mamá!- se despidió.
-¡Ten cuidado!- le respondí.
 Tras los saludos y las conversaciones triviales, me alejé un poco para apoyarme en la barandilla y contemplar las olas que chocaban contra las piedras a varios metros de la playa. Los caballos de Fao, que tanto fascinaban a Luisa.
 Recuerdo su asombro cuando aquella noche le dije que los picos eran las crestas petrificadas de unos caballos, regalo del Rey Salomón al pueblo de Fao y que, víctimas de un naufragio, no consiguieron llegar a tierra.
-¿Qué quiere decir petrificado, mamá?- me preguntó, con los ojos muy abiertos.
-De piedra, Luisa. Unos duendes convirtieron los  caballos en piedra y ahora están bajo el mar. Sólo vemos sus crines.
-¿Qué son crines?- volvió a preguntar.
  Sonreí, le expliqué y la arropé para que se durmiera. Le dí un beso.
- Algún día nadaré hasta allí, y veré los caballos- balbuceó, semidormida.
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  El rugir de las olas,cada vez más fuerte  desvaneció mis pensamientos.
 Sin previo aviso, un golpe de mar zarandeó las piedras, le siguieron algunos más. El cielo comenzó a oscurecerse entre nubarrones. Alguna tormenta de verano, pensé.
Volví la cabeza. Tuve un pálpito; rodeadas de espuma asomaban a intervalos, las puntillas níveas de un vestido infantil y la vista, que ya se me oscurecía, apenas distinguió a lo lejos la terrible estampa del cuerpo de mi pequeña, princesa ya de otro mundo, arrastrado entre gritos y alaridos infantiles.
Enloquecida, corrí hacia el hotel en busca de Alfredo y cuando alcé los ojos, me pareció verla asomada al balcón de la 33 contemplando su propia muerte.