Páginas

martes, 12 de noviembre de 2013

Luz de gas



Nunca le recordaba su desgracia,  salvo en  aniversarios. Entonces, para esquivar la culpa, cortaba unas flores y preparaba un ramo. Despertaba a  Irene, le retiraba la copa de la mano y salían a pasear. Aquella tarde que mudó fría, la arropó con un abrigo camel. Le gustaba abrazarla. Sentir el tacto del cachemire. Conforme se acercaban, la apretaba contra sí, le acariciaba el pelo con dulzura o le recogía  un mechón.  Irene, ausente entre vapores, depositaba el ramo sobre el mármol. Y cuando se incorporaba, la estrechaba fuerte, susurrándole entre dientes.

2 comentarios:

  1. Una tormenta de sentimientos en cada leve gesto. Lleno de detalles.
    Abrazos Ana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ese era el objetivo. Me siento un ratito en tu banco. Gracias por la visita, Miguel.
      Un abrazote

      Eliminar