Lo que dejé escrito en el Viernes Creativo de la semana pasada y me dio por retocar.
Salí del coche y me acerqué a la orilla. Sumergí la mano junto al ribazo y atrapé una, no muy grande. Cerré el puño, para que no escapase. Sentí el cosquilleo de las patas negras y
finas como hilo de seda. Sonaba a vida. Cerré los ojos, aún
oía tus voces allá dentro del coche, en la cuneta. Pero me iba. O volvía.
Y el tiempo se pulverizaba. Me mojaba el borde del vestido de flores. Alcanzaba aquella tijereta, la más larga, la
que me faltaba para cerrar el bote. La que quería Manuel y quería yo
también. Me resbalé; se me empaparon el vestido y las bragas blancas, que dejamos a
secar. Así, con la camiseta de caladitos, que estiraba como podía, me bañe toda rodeada de
tijeretas. Manuel se tapaba los ojos con los dedos
entreabiertos. Hasta que tropezó también y se cayó y nos reímos. Atardecía.
Un texto casi coral, con varios personajes, entre ellos un atardecer que se presume manso y a la vez insinuante. Hay una voz protagonista, centrada en aprehender las ganas de vivir de los insectos, detenida en pequeños gestos inmediatos, sin ganas de mirar más lejos, rodeada de voces cercanas, de miradas prohibidas. Un marco adecuado para que la sensualidad se manifieste sin estridencias, en armonía con el paisaje.
ResponderEliminarGracias por tu entrada, Pedro. Nunca me habían hecho un comentario tan lírico. Abrazos.
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