Doña Engracia dio otro bocado, masticando concienzudamente cada pedazo, como si quisiera retener aquel sabor en el paladar. Cuando terminó, posó los cubiertos en el plato, se llevó la servilleta de hilo a la comisura de los labios y miró de reojo a la sirvienta que esperaba sentada con las manos sobre las rodillas, para dedicarle la primera sonrisa en cuarenta y ocho inviernos.
- El asado está perfecto.
- Gracias, señora. Me enseñó madre, que en gloria esté. Aprendió a cocinarlo en tiempos de la guerra -respondió la mujer mientras pensaba cuánto tardaría en darse cuenta de que Fufú había desaparecido.
Jajajaja, muy bueno. Justa venganza a esta mezquina hasta de las sonrisas, aunque me da penita Fufú, jajaja.
ResponderEliminarBesitos
¡Sí, la verdad es que es el más perjudicado!
EliminarMás besos