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domingo, 27 de mayo de 2012

Besos en la mejilla



 Últimamente, cada vez que mamá se empeña en que bese a sus amigas, comienzan a sudarme las manos, que escondo entre los bolsillos. Aprieto los dedos y acerco mi boca hacia la mejilla en cuanto mamá me dice:
-         Por favor, Clara,  dale un beso a  Doña fulana, la señora del doctor tal, o a Doña Mengana, señora del abogado cual.
  Los días que está irritada, y mamá, por costumbre, se irrita mucho, cuando se encuentra con alguna,  me lanza a escondidas una mirada de madrastra de cuento y me aprieta el brazo- a veces me hace daño- para que me adelante a  besarlas.
  Aquella tarde fue distinta. Nos encontramos con mi amiguita Julia que paseaba con su madre. Nos cruzamos y por lo bajito quedamos en que bajaríamos a la calle a jugar, como todos los viernes. Mi mamá y la de Julia se miraron como les gusta a ellas, es decir, por encima del hombro.
 Luego fuimos al centro, que es donde mamá tiene a sus mejores amigas, todas mayores que ella. Nos encontramos con seis. Tuve que besarlas a todas. Y sonreír. Ya íbamos a volver a casa, cuando noté que mamá se ponía muy tensa y se arreglaba el pelo y la chaqueta. Por la acera venía su  amiga favorita, Doña Virtudes, la mujer del notario. Digo la favorita de mamá, porque yo creo que a Doña Virtudes mi madre le importa un bledo. Mamá no se ha dado cuenta porque es un poco miope, pero muchas veces Doña Virtudes nos ha visto -estoy segura, uso gafas-  y se ha cambiado de acera.
 Besé a la señora, que tenía un collar rojo como una lengua, cuando mamá me lo indicó, pero no se marchó. Esta vez, ninguna de las dos tenía prisa. Pero yo sí; dentro de una hora Julia bajaría a jugar, no me encontraría y se marcharía a casa. No podría estar con ella hasta el viernes siguiente porque cuando su padre volviese de trabajar, marcharían a Soria a pasar el fin de semana. Cuando Julia no está tengo que jugar con la niña  mala que me habla y no me gusta.
 Así  que empezaron a retorcérseme los pies en los zapatos, con mi madre sin parar de hablar y Doña Virtudes, que se acercó a pellizcarme la mejilla. Tengo doce años y a ninguna chica de mi edad le gusta que le hagan eso. Estaba rabiosa, los pies querían salir de mis zapatos. Así que para evitar darle una patada, le saqué la lengua y mi madre me soltó un sopapo de los gordos. Vamos, de los que me da en casa. Doña Virtudes o señora del notario,  se asustó un poco porque le dijo:
-         Estela, querida, esos nervios acabarán contigo. Debes tranquilizarte  y no tratar  así a la  pobre niña – y se marchó a todo correr.
 A mamá no le gustó. Ella no soporta la palabra pobre. Pero como es su mejor amiga, se tuvo que aguantar.  Me cogió por el brazo, que no apretó hasta que desapareció Doña Virtudes. Cuando íbamos en el autobús, camino a casa, tuve que repetirle mil veces lo mala que había sido, que no fui amable con su amiga importante, -como ella dice- le rogué que me perdonase, que no lo haría nunca más.
 Mamá estaba furiosa, temía que me pegase con su anillo de piedra gorda hasta hacerme sangre,  o lo que es peor, que no me dejase jugar con Julia. Y así fue:  me amenazó con quitarme a mi amiga. Si mamá me quita a mi amiga, vendrá la gemela mala a jugar solo conmigo y eso me asusta mucho por las noches.
  Entre lloros le dije que era la madre más buena y bonita del mundo. Que tenia muchas amigas. Le dije incluso que yo también creo que papá está equivocado en lo de no hacer amigos importantes. Eso le encantó y con una mirada de esas raras que a veces tiene, me dijo que íbamos a hacer un pacto secreto para que  pudiera  jugar mucho más con Julia. Sólo tenía que ponerme de su parte cuando discutiera con papá,  besar mucho a sus amigas y no sacar la lengua jamás. Lo de ponerme en contra de papá me disgustó un poco, aunque en general estoy contenta porque quiero mucho a Julia.
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 Últimamente, cada vez que me voy a la cama, me sudan las manos y  me visita la niña mala con la lengua larga como un día sin recreo, que se enrosca en los collares de perlas de las amigas de mamá, y luego las ahoga y ellas también sacan sus lenguas, retorcidas de dolor, porque se asfixian. Esa niña, que es como mi hermana gemela, después  agarra a mamá y la ahoga despacito, muy despacito hasta hacerla desaparecer. Y no quiero despertar. Y papá sonríe. Y Julia también.

2 comentarios:

  1. Uy madre mía, Ana, qué dureza de relato en el que se mezclan tantas imágenes y tantas emociones, desde el punto de vista de una niña, en apariencia inocente, transmites el reflejo de una sociedad de hipocresía donde a los niños se les enseña a mentir y a actuar por conveniencia, una niña que, quizás fruto de esa educación, tiene algún problema mucho más grave de lo que los adultos puedan captar.

    Genial, besitos desde mi mar,

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    1. Este fue un relato de esos que tenía que hacer para un curso. Consistía en hacer un retrato psicológico si no me falla la memoria. La verdad me salió una niña a punto de explotar.
      Besos

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