Páginas

domingo, 6 de marzo de 2011

La sustituta

    Me llamo Patricia Hidalgo y soy la  secretaria del consejero D. Ramón Fernández, principal accionista de nuestra empresa, Fernández y Asociados. En principio mi  trabajo que no se distinguiría del de cualquier otra secretaria de dirección,  salvo por el hecho de que siempre estoy presente en las reuniones que atañen a la contratación de personal cualificado. La mayoría creen que mi fama de disciplinada,  capaz,  trabajadora y rigurosa, han hecho que D. Ramón me tenga en tan alta estima, que no permite ninguna contratación importante que no pase por el tamiz de mi juicioso criterio. Esto tiene algo de verdad, es cierto que D. Ramón tiene muy en cuenta mis opiniones,  pero no es por otra cosa que por un extraño talento que tengo para ver en los otros su talón de Aquiles. D. Ramón,  que como buen empresario tiene un instinto depredador, ya se fijó aquella vez que imprudentemente comenté que el nuevo gerente, no duraría un invierno:  a pesar de su brillante currículum era una  persona tremendamente indecisa.
Todos se rieron menos D. Ramón que me observó con curiosidad. El sabía que solo me había cruzado con él en el pasillo (pero una mirada, un gesto descuidado, son suficientes). Pocos recordaron el comentario cuando el gerente fue despedido y nadie relacionó el ascenso con aquella anécdota. Malas lenguas hablaron de mi frialdad y escasa empatía con algunos compañeros pero nada de eso ha empañado mi estrella. A día de hoy he resultado ser una empleada infalible; cuando realizamos la entrevista final, aparezco en escena, sentada junto al jefe con las manos sobre las rodillas y un bloc. Parece que no miro, que estoy ausente, que tomo notas sobre otros asuntos más importantes que esa entrevista, pero cuando cruzo los brazos sobre el pecho, la entrevista ha terminado y yo ya he descubierto su debilidad.  Es entonces cuando el director, a solas, me pregunta:
-         Bueno, Patricia, ¿qué tenemos?
A lo que yo respondo:
-         Una persona cargada de deudas, Sr. Fernández.
-         Lo cual supone una dedicación sumisa ¿me equivoco? – mi jefe aprende rápido-.
-         No se equivoca,  señor –respondo-
-         De acuerdo, que  lo contraten.
Esta mañana, sin embargo, me encuentro especialmente nerviosa.  La joven Regina Conde espera su oportunidad. Ya he cruzado los brazos, ya me ha visto y ya hemos descubierto nuestra idéntica naturaleza.

2 comentarios:

  1. Hola Ana, me gusta tu casa, me gustan los colores y el toque a foto antigua.
    Me gusta la frase de M.Blanco me resulta muy evocadora.

    Voy a cotillear...

    Bienvenida a este loco mundo de las bitácoras.

    Un abrazo

    Rosana

    Ahiva me da problemas para dejar comentarios con la url de mi blog, así que te los dejo con la de losquemordieron el polvo.

    ResponderEliminar
  2. Ana este relato me ha gustado mucho. Has logrado que el lector tenga la sensación la principio de que la protagonista se limita a hacer su trabajo y hasta puede caer bien , luego sin explicarlo sin decir nos vas mostrando casi al final de qué pasta están hechos ella y el director y ya el final me parece redondo. Se ha encontrado con la horma de su zapato. Valoro mucho que muestres todo el rato que es algo qu eparece fácil pero no lo es, porque el camino más rapido es decir en vez de sugerir.
    Un abrazo
    R.A.

    ResponderEliminar